¿Estamos en una epoca de espectacularización de la política?
Una reflexión a 40 años del retorno de la democracia en Argentina, y a pocas semanas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
“El golpe prohibido se transforma en irregular cuando destruye un equilibrio cuantitativo y perturba la cuenta rigurosa de las compensaciones; lo que el público condena no es la transgresión de pálidas reglas oficiales, sino la falta de venganza, la falta de penalidad. Por eso, nada más excitante para la multitud que el puntapié enfático dado a un canalla vencido; la alegría de castigar llega a la culminación cuando se apoya sobre una justificación matemática; el desprecio, entonces, no tiene freno”.
Roland Barthes, 1957 “Mythologies”
Se cumplen 40 años de democracia en Argentina. 40 años de que Alfonsín asumiera como presidente electo en las urnas. Quiero pensar que la democracia es una forma de gobierno basada en la delegación del poder del pueblo en los representantes elegidos. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Sin embargo, en la realidad, parece haberse convertido más en un entretenimiento que en una forma de gobierno, un reality de estrellas mediáticas y de redes sociales que quieren toda la atención, una pelea por la poca atención que queda disponible, un espectáculo similar a la lucha libre, al "catch wrestling" como era "Titanes en el Ring" de Martín Karadagian. Varios personajes enmascarados o disfrazados que representan roles en un cuadrilátero, abandonando durante el combate sus propias características personales para asumir las de la máscara, las del personaje. Siguen una serie de pautas que el público espera y reconoce, enfrentándose en bandos claramente distinguibles, buscando que prevalezca la justicia.
A su vez, el público debe suspender su juicio crítico, ante una representación siempre excesiva, donde el énfasis está en el espectáculo y no en la verdad. De otra manera la inverosimilitud hace que se pierda la magia y la atracción, se suspende la delegación de poder sobre los personajes. Se trata de un espectáculo de pasiones, no de razones; se exagera para despertar emociones en los observadores. Según Roland Barthes en su libro "Mythologies", lo que busca el público no es la pasión real, sino la imagen de la pasión. No se espera más verdad de la lucha libre, o el discurso político que del teatro.
Estereotipos, llevados al extremo, constituyen la base para que los espectadores se identifiquen y disfruten de momentos de intensas pasiones y emociones al observar el combatre. Similar al teatro, donde los actores ofrecen actuaciones cuidadas para transmitir emociones siguiendo un guion, la lucha libre lleva esta dinámica al extremo. Los gestos de dolor son visibles desde lejos y exagerados al máximo.
Antes enemigos, ahora amigos; gestos exagerados, lucha por sobrevivir ganando siempre a cualquier costo, los derrotados en busca de redención. Los buenos siguen las reglas y aceptan los fallos del árbitro, los malos no, se revelan y hacen trampas. La indignación de los seguidores de un luchador que recibe un golpe ilegal es lo que mantiene el interés en el espectáculo. Esta indignación solo se calma cuando se restablece la justicia y triunfa venganza mediante, haciendo la viloencia hacia el villano, antes intolerable sobre el héroe, un acto de reparación necesario.
En esta lucha falsa y exagerada entre lo justo y lo injusto, es fácil para el público reconocer al villano y al héroe, siempre y cuando sigan las convenciones de gestos y signos acordados para el espectáculo. Si se respetan las normas, se está en una lucha formal, similar a deportes como el boxeo o el judo. Pero, en la lucha de "Titanes en el Ring", se necesitan excesos, exageraciones, arbitrariedades e injusticias para inflamar la pasión del espectador.
El ballotage se acerca y se prepara el debate. Dos contendientes se enfrentarán para darnos un espectáculo, un entretenimiento que sacie la necesidad del público de indignación primero y de justicia después. Un enfrentamiento donde cada votante le pedira a su candidato venganza contra el traidor villano antes de votarlo.
Tratando de aplicar el análisis que hace Barthes sobre la lucha libre a la espectacularización de la política, es probable que el ritmo de la contienda en los días previos a las elecciones del 19 de noviembre resalte las pasiones, reavive arrebatos vehementes, exaspere con réplicas y desemboque en una confusión exuberante. Todo apunta a un final escandaloso donde las reglas, las leyes y los límites se desborden de manera caótica, arrastrando a todos hacia la confusión.
Ojalá se pudiera retornar a la práctica del debate político y a la elección desde una reflexión más profunda del ejercicio de la democracia, y se alejaran de ser espectadores de una lucha entre dos personajes de “Titanes en el Ring”, arengando a sus favoritos para que restablezcan el balance roto por su contrincante. Para que sea creible la pelea se deben respetar reglas y pautas de interacción, o si se rompen se deben restaurar pronto, o el juicio crítico hará que el público se aleje y ya no preste atención.
Quizá sea un poco más aburrido si se sigue el modelo más formal, tan tranquila y predecible de una elección democrática normal, pero cada tanto hace falta un poco de estabilidad, certidumbre y predictibilidad para poder reponerse y enfrentar las adversidades, para recuperar fuerzas y apreciar las sorpresas sin derrumbarse, si hasta las montañas rusas tienen una parte de su recorrido más llano y regular para moderar la excitación que generan.
En definitiva, al bajarse del ring los luchadores se cambian, se quitan las máscaras, los disfraces y se van a sus hogares luego de un día más de trabajo, hoy jugaron estos roles, la próxima les puede tocar representar otros. Así los espectadores deberan recuperar el juicio crítico, ese que suspendieron durante el encuentro para poder disfrutar del espectáculo, y volver a la cotidianeidad y la rutina de cada día, o la indignación seguirá siendo la emoción dominante y la frustración no se va a poder procesar.